26 abril 2010

Enterrar a los muertos (y 2)

Yo nací en 1966, así que de la dictadura de Franco me enteré más bien poco. Aún así, recuerdo a mi madre azorada con mi hermano en brazos y yo de su mano, entrando a toda prisa en nuestro portal después de explicarle quienes éramos a un señor altísimo que vestía gabardina gris. Un momento antes, en la calle, justo enfrente al Gobierno Militar de Burgos, muchas personas –los niños no son buenos para determinar las cantidades- gritaban algo que yo no podía comprender. Más tarde, Olof Palme protestó en las calles de Estocolmo por aquella ignominia, pero yo no sabía quien era ese Olof Palme, ni siquiera qué era Estocolmo, y tardé algunos años en descubrir que una de mis canciones favoritas trataba sobre lo que ocurrió frente a mi casa cuando yo era sólo un niño. También recuerdo que por aquella época yo creía que la Guerra Civil fue algo extraordinario en la que los españoles buenos derrotaron a unos malísimos extranjeros: los rojos. Yo no asimilaba muy bien que era un “rojo”, y tampoco me importaba.

Luego, según fui creciendo, descubrí que muchas cosas no sucedieron tal y como me las habían contado en mis libros del cole. Por mi padre supe que en su pueblo no hubo "paseos" porque el cura tenía un par. Mi madre me medio contó que su padre estuvo a punto de subir a una camioneta una noche que le sacaron de su casa, pero un amigo -también con un par- le libró de ese trance, y así pudo seguir peleando por sus doce hijos. Y yo leí todo lo que cayó en mis manos sobre esos tres años trágicos... y los que vinieron después.

Ahora, tengo la impresión de que mis hijas piensan que la Guerra Civil fue algo malísimo que sucedió porque unos españoles malísimos, lucharon contra otros que vivían en paz y fraternidad.

Me gustaría que mis nietos del mañana, sepan que aquella guerra nefasta enfrentó a unos españoles contra otros. Qué destruyó al gobierno legítimo que se habían dado aquellos españoles porque algunos no creían que podíamos gobernarnos a nosotros mismos, o porque no querían aceptarlo. Que hubo fanáticos totalitarios en ambos bandos, y que aquellos fanáticos estaban más a gusto en las retaguardias sembrando el terror que en las trincheras arriesgando su pellejo.

Y me gustaría que supiesen que cuando finalizó aquella guerra se inició el periodo más triste y uno de los más trágicos de la historia de España. Pero que cuando murió Franco, los españoles de aquel momento supieron ser generosos. Todos hicieron renuncias que sirvieron para que entre todos se construyese el periodo más dilatado de democracia en una tierra que parecía condenada a la pendencia permanente.

Y puestos a pedir, sería extraordinario que estudiasen que sus abuelos supimos cerrar aquellas heridas sin abrir otras nuevas. Y que para ello, no necesitamos de nadie excepcional que realizase un trabajo hercúleo. Que fuimos nosotros mismos, arrimando el hombro como se hace en las sociedades democráticas, quienes encontramos las fórmulas para que todas las familias pudiesen honrar a sus muertos con dignidad.

Bueno, todo esto tal vez sea demasiado espeso para mis nietos.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Todos tuvieron que renunciar a algo aunque todo el mundo sabía que sin Franco no había franquismo y sin dictador no hay dictadura. Lo que no sabíamos si es que la ruptura sería pacífica o violenta.
Fue pacífica de lo cual me alegro y más en aquel momento en el que tenía 24 años recién cumplidos.
Hay quien dice que la Transición fue un pacto entre caballeros y que la negociación fue dura. Cuando dos partes negocian hay que acercar posturas pero me da la impresión que unos recorrieron un camino más largo para encontrarse.
Pero en este autobús se quedó mucha gente en tierra, no hubo suficientes plazas para ellos: los represaliados, las víctimas de juicios inicuos que aún tienen en su expediente los famosos antecedentes penales y los muertos y desaparecidos.
El miedo es un arma poderosa y los dictadores saben cómo manejarla. Ha perdurado hasta hoy. Hay crímenes que no se pueden olvidar, al menos y en nombre de la reconciliación que los verdugos pidan perdón. En 1976, 1977 mucha gente estaba asustada y no reclamaron nada. Se conformaban con vivir en paz, otros interpretaron como una traición este "pacto entre caballeros". Tuvieron que convivir, como siempre, con símbolos que les recordaban cada día la ignominia, todavía convivimos con ellos sus descendientes, y con sus verdugos que, seguros de su impunidad, siguieron adelante como si los 40 años de dictadura no hubieran existido. Ni una palabra, ni un gesto, ni un reconocimiento hacia esta media España que cedió mucho más.
Ahora se ha perdido el miedo y los que perpetraron sistemáticamente abusos de todas clases (¿recuerdas los documentales de los niños perdidos del franquismo?) están envalentonados y creen que se pueden cargar a la persona que ¡por fin¡ quiere ofrecer alguna reparación a los que no se subieron al autobús del pacto. No sólo eso sino que la FE de las JONS aún es legal. Y esto es una vergüenza.
Yo también quiero para mis hijas y para mis futuros nietos una España en paz y en libertad, sin olvidar nada para que la historia no vuelva a repetirse. Y que la Historia que aprendan sea la verídica, no la sesgada de un lado o de otro. La verdad es que todo lo referente a la guerra civil les queda muy lejos, por suerte no escuchan ni ven a determinados oradores que desde los púlpitos de los medios se dedican a reescribir la Historia a su gusto.
Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto, Fran: ahora nos toca a nosotros cerrar la historia para seguir adelante. Hasta ahora la democracia lo ha hecho bien, confiemos en que todavía lo pueda hacer mejor.