Quedan varias horas para que amanezca, y ya estoy abandonando el calor de la haima. Necesito el aire fresco en la cara y caminar esperando a que el sol me sorprenda. Como no tengo destino fijo, puedo permitirme el lujo de vagar sin rumbo y meditar mientras camino.
La inmensa planitud de la hamada es sobrecogedora. Y justo cuando el sol despunta en el horizonte, descubro que mi propia sombra es mucho mayor de lo que ha sido jamás.
A lo lejos, distingo dos figuras. Cuando se acercan más, compruebo que son dos jóvenes de vientipocos años que se aproximan a mi con una sonrisa amistosa.
-Salam Alei Kum
-Alei Kum Salam
Charlamos con cierta dificultad porque ellos se desenvuelven con poca soltura en español y yo he agotado la mitad de mi hasanía. Me cuentan que acaban de regresar de Arabia Saudita e intentan hacerme ver la verdad en las palabras del Profeta. Con toda la amabilidad de que soy capaz, les explico que si no ha sido posible que vea la Luz en lo que llevo rodado en mi tierra, poco pueden conseguir ellos. Creo que me comprenden y separamos nuestros caminos.
El sol ya está alto y Hagunía se avista cercana, acogedora. Nada más llegar a las primeras casas de adobe, me siento como un intruso que violenta la intimidad de sus anfitriones. Una pareja toma el té rodeada de sus bártulos desparramados sobre los restos de una haima derribada. Son los resultados del siroco que asoló los campamentos la víspera. La imagen me transmite un aluvión de sentimientos enfrentados: desolación y sosiego; caos y esperanza. No puedo resistirme y les pido permiso para hacer una foto.
Mientras encuadro la imagen, y de una manera que no puedo explicar, esa pareja me recuerda a otra que pidió cobijo y que tuvo que afrontar el rechazo. Y todo me traslada a una lejana niñez.
La inmensa planitud de la hamada es sobrecogedora. Y justo cuando el sol despunta en el horizonte, descubro que mi propia sombra es mucho mayor de lo que ha sido jamás.
A lo lejos, distingo dos figuras. Cuando se acercan más, compruebo que son dos jóvenes de vientipocos años que se aproximan a mi con una sonrisa amistosa.
-Salam Alei Kum
-Alei Kum Salam
Charlamos con cierta dificultad porque ellos se desenvuelven con poca soltura en español y yo he agotado la mitad de mi hasanía. Me cuentan que acaban de regresar de Arabia Saudita e intentan hacerme ver la verdad en las palabras del Profeta. Con toda la amabilidad de que soy capaz, les explico que si no ha sido posible que vea la Luz en lo que llevo rodado en mi tierra, poco pueden conseguir ellos. Creo que me comprenden y separamos nuestros caminos.
El sol ya está alto y Hagunía se avista cercana, acogedora. Nada más llegar a las primeras casas de adobe, me siento como un intruso que violenta la intimidad de sus anfitriones. Una pareja toma el té rodeada de sus bártulos desparramados sobre los restos de una haima derribada. Son los resultados del siroco que asoló los campamentos la víspera. La imagen me transmite un aluvión de sentimientos enfrentados: desolación y sosiego; caos y esperanza. No puedo resistirme y les pido permiso para hacer una foto.
Mientras encuadro la imagen, y de una manera que no puedo explicar, esa pareja me recuerda a otra que pidió cobijo y que tuvo que afrontar el rechazo. Y todo me traslada a una lejana niñez.
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3 comentarios:
Saludos, Francisco: magnífico texto, buena imagen. Sigue caminando y narrándolo.
Te sigo viendo por el camino, muy interesantes tus relatos.
Pedro
Shukran por tu comentario. Viniendo de quien viene, es más que un halago: es un estímulo.
Martín Bolívar
Estos caminos puede que sean inexcrutables, pero no hay duda de que son anchos. Cabemos todos.
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