Veo con preocupación, pero sin sorpresa, que esta semana el Polisario anuncia la posibilidad del retorno a la lucha armada en el Sáhara.
Quienes creemos que otro Mundo mejor es posible, propugnamos las soluciones dialogadas para todos los conflictos, pero… ¿qué opciones le estamos dejando a un pueblo al que se ha expulsado de su tierra a sangre y fuego y que espera un referéndum aplazado continuamente? Marruecos ha tensado la situación hasta límites insospechados, sin realizar ninguna cesión en sus planteamientos iniciales y conculcando sistemáticamente las resoluciones de Naciones Unidas, mientras la comunidad internacional -todos nosotros- hemos asistido indiferentes al entierro del Plan Baker, tal vez la última esperanza para la paz en la zona.
Ahora descubrimos que treinta años de exilio y penalidades no han adormecido las legítimas reivindicaciones del pueblo saharaui. Incluso en los territorios ocupados el clamor comienza a ser mayoritario en la denominada “Intifada Saharaui”.
Nuestro presidente habla de la Alianza de Civilizaciones ¿Con que autoridad moral puede defender esta vía de entendimiento si da la espalda a un pueblo con quien tenemos una colosal deuda histórica?
Todavía estamos a tiempo para impulsar el camino de negociación. Y España no puede eludir sus responsabilidades. No tenemos la llave para la resolución del conflicto -nadie la tiene- pero es preciso que cada uno desempeñe el papel que le corresponde. El nuestro, es fomentar una solución justa para un conflicto que se generó por nuestra dejación de funciones, nuestra indolencia, o tal vez las prioridades del momento… ¡Qué importa ahora! Una postura firme por parte del gobierno español, generará tensiones con Marruecos. Nadie ha dicho que el camino sea fácil. Pero la alternativa es una guerra sobre la que tendremos que rendir cuentas. Al menos, a Yminaya, a Abba, a Jalifa… y a todos los niños y niñas de los campos de refugiados saharauis.
Quienes creemos que otro Mundo mejor es posible, propugnamos las soluciones dialogadas para todos los conflictos, pero… ¿qué opciones le estamos dejando a un pueblo al que se ha expulsado de su tierra a sangre y fuego y que espera un referéndum aplazado continuamente? Marruecos ha tensado la situación hasta límites insospechados, sin realizar ninguna cesión en sus planteamientos iniciales y conculcando sistemáticamente las resoluciones de Naciones Unidas, mientras la comunidad internacional -todos nosotros- hemos asistido indiferentes al entierro del Plan Baker, tal vez la última esperanza para la paz en la zona.
Ahora descubrimos que treinta años de exilio y penalidades no han adormecido las legítimas reivindicaciones del pueblo saharaui. Incluso en los territorios ocupados el clamor comienza a ser mayoritario en la denominada “Intifada Saharaui”.
Nuestro presidente habla de la Alianza de Civilizaciones ¿Con que autoridad moral puede defender esta vía de entendimiento si da la espalda a un pueblo con quien tenemos una colosal deuda histórica?
Todavía estamos a tiempo para impulsar el camino de negociación. Y España no puede eludir sus responsabilidades. No tenemos la llave para la resolución del conflicto -nadie la tiene- pero es preciso que cada uno desempeñe el papel que le corresponde. El nuestro, es fomentar una solución justa para un conflicto que se generó por nuestra dejación de funciones, nuestra indolencia, o tal vez las prioridades del momento… ¡Qué importa ahora! Una postura firme por parte del gobierno español, generará tensiones con Marruecos. Nadie ha dicho que el camino sea fácil. Pero la alternativa es una guerra sobre la que tendremos que rendir cuentas. Al menos, a Yminaya, a Abba, a Jalifa… y a todos los niños y niñas de los campos de refugiados saharauis.
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