El 12 de octubre es un día polémico. Algunos conmemoran la mayor hazaña de una nación que acababa de nacer y otros fijan el inicio del expolio de un continente idílico. A mi me gusta verlo como el día en el que culminó el periplo más extraordinario de nuestra especie. Un viaje que se inició en el corazón de África y que necesitó decenas de miles de generaciones para completarse.
Porque cuando Colón y sus hombres pisaron aquella tierra desconocida para ellos, los homínidos habíamos completado la primera vuelta al planeta que nos transporta por el Cosmos. Y la fase final de aquella epopeya que realizaron dos carabelas y una nao -tres cáscaras de nuez al fin y al cabo- es una de las más apasionantes de nuestra historia. Y está plagada de interrogantes sin resolver.
¿Qué le dijo Colón a la reina Isabel para que firmase las capitulaciones de Santa Fe? ¿Conocía el Almirante las mediciones de la Tierra que había realizado 1.700 años atrás Eratóstenes y que demostraban que ese viaje estaba abocado al fracaso de no haber existido el Nuevo Continente? ¿Por qué Luís de Santángel –algo así como un ministro de Hacienda- apoyó con tanta firmeza a aquel marino que solo había recibido negativas durante diez años en la muy navegante corte portuguesa? ¿Es cierta la ruta que reflejan los libros de Historia sobre el primer viaje a América? ¿Se rebelaron los hermanos Pinzón contra su almirante? ¿Por qué?...
Lo que vino después, no puede ser juzgado desde el prisma de nuestro siglo XXI porque cometeríamos una injusticia. Millares de jóvenes ambiciosos se embarcaron en una aventura que les daba la oportunidad de escapar de una tierra que les oprimía. Naturalmente que buscaron la fortuna. Al igual que los que se alistaron a los Tercios que combatieron contra media Europa. A mi no me gustaría tener una disputa con ninguno de ellos. Pero aquel era otro mundo, donde alguien como Bartolomé de las Casas, uno de los primeros defensores de los derechos humanos, no dejaba de ser anacrónico. Un mundo cruel, en el que tuvo que sobrevivir Bernal del Diez del Castillo, un soldado que escribió una de las crónicas más apasionantes de la conquista del Imperio Azteca. Donde Malinalli Tenépatl, La Malinche, ayudó a su pueblo sirviendo de intérprete a aquellos guerreros que llegaron del este. Son sólo tres ejemplos de que no todo fue como nos lo quieren mostrar; hay muchos más.
Si nos fijamos en una de las figuras más importantes de aquella época, Hernán Cortés, descubrimos a un hombre de su tiempo, que actuó muchísimas veces forzado por las circunstancias y que conquistó un imperio con poco más de quinientos soldados. Para aportar perspectiva al dato, Tenochtitlan, la capital de los méxicas, tenía medio millón de habitantes en 1521. Y Cortés no consiguió esa hazaña por una superioridad tecnológica, como afirman quienes quieren minimizar su talla, sino porque fue capaz de unir a quienes estaban subyugados por un modo de vida abominable convirtiéndoles en sus aliados. Ha sido necesario que un mejicano como Juan Miralles haya escrito sobre Cortés para que los españoles perdamos algunos prejuicios sobre su figura. O que el hispanista británico Hugh Thomas dedique sus esfuerzos a la época comprendida entre Colón y Magallanes. Es triste, pero somos así los españoles.
Aún así, debo reconocer que aquella parte de nuestra Historia tiene algunas luces sobre inmensas sombras, es cierto. Como casi todos los imperios que en el mundo han sido.
Porque cuando Colón y sus hombres pisaron aquella tierra desconocida para ellos, los homínidos habíamos completado la primera vuelta al planeta que nos transporta por el Cosmos. Y la fase final de aquella epopeya que realizaron dos carabelas y una nao -tres cáscaras de nuez al fin y al cabo- es una de las más apasionantes de nuestra historia. Y está plagada de interrogantes sin resolver.
¿Qué le dijo Colón a la reina Isabel para que firmase las capitulaciones de Santa Fe? ¿Conocía el Almirante las mediciones de la Tierra que había realizado 1.700 años atrás Eratóstenes y que demostraban que ese viaje estaba abocado al fracaso de no haber existido el Nuevo Continente? ¿Por qué Luís de Santángel –algo así como un ministro de Hacienda- apoyó con tanta firmeza a aquel marino que solo había recibido negativas durante diez años en la muy navegante corte portuguesa? ¿Es cierta la ruta que reflejan los libros de Historia sobre el primer viaje a América? ¿Se rebelaron los hermanos Pinzón contra su almirante? ¿Por qué?...
Lo que vino después, no puede ser juzgado desde el prisma de nuestro siglo XXI porque cometeríamos una injusticia. Millares de jóvenes ambiciosos se embarcaron en una aventura que les daba la oportunidad de escapar de una tierra que les oprimía. Naturalmente que buscaron la fortuna. Al igual que los que se alistaron a los Tercios que combatieron contra media Europa. A mi no me gustaría tener una disputa con ninguno de ellos. Pero aquel era otro mundo, donde alguien como Bartolomé de las Casas, uno de los primeros defensores de los derechos humanos, no dejaba de ser anacrónico. Un mundo cruel, en el que tuvo que sobrevivir Bernal del Diez del Castillo, un soldado que escribió una de las crónicas más apasionantes de la conquista del Imperio Azteca. Donde Malinalli Tenépatl, La Malinche, ayudó a su pueblo sirviendo de intérprete a aquellos guerreros que llegaron del este. Son sólo tres ejemplos de que no todo fue como nos lo quieren mostrar; hay muchos más.
Si nos fijamos en una de las figuras más importantes de aquella época, Hernán Cortés, descubrimos a un hombre de su tiempo, que actuó muchísimas veces forzado por las circunstancias y que conquistó un imperio con poco más de quinientos soldados. Para aportar perspectiva al dato, Tenochtitlan, la capital de los méxicas, tenía medio millón de habitantes en 1521. Y Cortés no consiguió esa hazaña por una superioridad tecnológica, como afirman quienes quieren minimizar su talla, sino porque fue capaz de unir a quienes estaban subyugados por un modo de vida abominable convirtiéndoles en sus aliados. Ha sido necesario que un mejicano como Juan Miralles haya escrito sobre Cortés para que los españoles perdamos algunos prejuicios sobre su figura. O que el hispanista británico Hugh Thomas dedique sus esfuerzos a la época comprendida entre Colón y Magallanes. Es triste, pero somos así los españoles.
Aún así, debo reconocer que aquella parte de nuestra Historia tiene algunas luces sobre inmensas sombras, es cierto. Como casi todos los imperios que en el mundo han sido.
5 comentarios:
Estoy de acuerdo con tu forma de plantear este hecho. Tanto en las interesantes preguntas -cuya respuestas nunca alcanzaremos pero que imaginarlas nos darían para muchas novelas- como en la tesis fundamental.
El presente es éste: aprovechemos aquel encuentro para generar corrientes de amistad.
Pedro.
Lamentablemente para mi, esa forma de plantear el viaje de Colón y su tripulación no es una idea original mia. Y no cito a su autor porque no lo conozco. La propuesta de un viaje que se origina en África hace decenas de miles de años y finaliza el 14 de octubre de 1492 es algo que leí de joven, y en aquellos momentos no me fijaba en quien firmaba sus artículos. Posiblemente, debido a la soberbia de quien lo tiene todo por aprender ;-)
Interesante tu versión (o la versión de tu olvidado autor) pero ¡cuántos links has puesto, chiquillo! Besotes, M.
Una entrada muy interesante, abierta a la reflexión que es lo que buscamos los bloggeros, más que nada, para aprender, para enriquecernos. Un buen trabajo, yo diría excelente, de verdad...
Imperios forjados con heroísmo, con sangre, con luces pero también con demasiadas sombras.
Recuerdo la asignatura de historia de España en la que se hablaba mucho de la forja del Imperio, de la pérdida de las colonias hablaban menos o no hablaban.
Un abrazo.
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