Quienes hemos tenido la oportunidad de conocer al pueblo saharaui exiliado en la hamada de Tinduf, hemos convivido con unas gentes hospitalarias, alegres, generosas y pacíficas. Este pueblo fue parte de España hasta 1.975, año en que les dejamos abandonados a su suerte. En los campamentos de refugiados hemos podido ver sus viejas tarjetas de la Seguridad Social, sus DNI (en español y en árabe), sus Libros de Familia… Les prometimos un referéndum de autodeterminación y les dejamos inermes ante sus enemigos. Pero eso, ya es historia.
Sabemos que la ONU ha reducido a la mitad sus suministros de alimentos, que ya eran muy escasos, pero no conocemos el motivo. Sólo un dato: la cantidad de agua que consumimos cada uno de nosotros diariamente es la misma que debe racionar una familia saharaui entera para sobrevivir cada semana. La desesperanza comienza a crecer entre sus humildes jaimas porque llevan más de treinta años esperando que las resoluciones de Naciones Unidas se apliquen de una vez por todas. Sus hijos hablan de la tierra idealizada de sus padres y abuelos. Una tierra que no han visto jamás.
Nosotros no tenemos la llave para solucionar su problema. Únicamente hemos podido apoyar sus iniciativas para ofrecer una alternativa educativa a la infancia y a la juventud saharaui exiliada. Y mientras, los activistas saharauis eran encarcelados por el mero hecho de reclamar sus derechos fundamentales.
Hay una cosa cierta: siempre pierden los mismos. O tal vez, sólo tal vez, podamos construir un mundo mejor para todos sumando los esfuerzos individuales de quienes creemos que la utopía es posible.
Sabemos que la ONU ha reducido a la mitad sus suministros de alimentos, que ya eran muy escasos, pero no conocemos el motivo. Sólo un dato: la cantidad de agua que consumimos cada uno de nosotros diariamente es la misma que debe racionar una familia saharaui entera para sobrevivir cada semana. La desesperanza comienza a crecer entre sus humildes jaimas porque llevan más de treinta años esperando que las resoluciones de Naciones Unidas se apliquen de una vez por todas. Sus hijos hablan de la tierra idealizada de sus padres y abuelos. Una tierra que no han visto jamás.
Nosotros no tenemos la llave para solucionar su problema. Únicamente hemos podido apoyar sus iniciativas para ofrecer una alternativa educativa a la infancia y a la juventud saharaui exiliada. Y mientras, los activistas saharauis eran encarcelados por el mero hecho de reclamar sus derechos fundamentales.
Hay una cosa cierta: siempre pierden los mismos. O tal vez, sólo tal vez, podamos construir un mundo mejor para todos sumando los esfuerzos individuales de quienes creemos que la utopía es posible.
Este artículo ha sido publicado por DIARIO DE BURGOS el 19 de febrero de 2007
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