22 octubre 2005

Jalifa

Jalifa es una chica extrovertida y simpática, que habla el español con un gracioso acento andaluz, porque gracias al programa “Vacaciones en Paz”, ha pasado varios veranos en Sevilla.

Antes de conocerla, la comunicación con nuestros anfitriones saharauis era extremadamente compleja, aunque muy divertida. Existe un canal poderosísimo, que a través de gestos, expresiones, posturas, actitudes… nos permite crear lazos afectivos y acceder a una parte recóndita y profunda de nosotros mismos. Ese era el único puente que se había establecido entre la familia que nos acogía y nosotros, los visitantes extranjeros.

Creo que cuando nuestros amigos saharauis comprendieron todas estas dificultades, decidieron ayudarnos. Así apareció Jalifa, nuestra intérprete y cicerone.

Con su desparpajo, su alegría y su inocencia, Jalifa era una bocanada de aire fresco cada vez que entraba en nuestra jaima.

Pero había algo que me inquietó desde el preciso momento en que la conocí. La mirada de Jalifa era enigmática, y había algo indescriptible y extraño en ella. No sabía como preguntar sin resultar grosero o entrometido pero, finalmente, pudo más mi curiosidad y me atreví a abordar ese tema. Eso si, con toda la delicadeza posible. Entonces, sin el menor rubor –realmente sin darle la más mínima importancia- Jalifa me explicó que tenía un ojo de cristal.

Hacía dos años, en España, le habían detectado un grave problema ocular (muy posiblemente causado por el intenso Sol del desierto) y no hubo otra solución. Ella debía acudir cada seis meses a revisión -llegó incluso a enseñarme su informe médico- pero como ya es muy mayor para viajar a Sevilla con los niños saharauis, hace ya cuatro años que no puede visitar al oftalmólogo.

Jalifa fue nuestra lengua y nuestros oídos en los campos de refugiados, y a pesar de su ojo de cristal (o precisamente por eso) estos ojos, misteriosos, profundos y oscuros, son para mi los ojos del pueblo saharaui.

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