02 junio 2013

Un cinco mil en La Albericia

No papá, cuando suena el pistoletazo de salida... se acaban los nervios.

Con esa rotundidad me contestaba ayer mi hija María mientras regresábamos a casa después de un día intenso.

Empezamos pronto, camino de La Albericia. María tenía que correr un cinco mil y decidí pasar el día con ella. Esto me supuso una bronca con Mariam, pero entiendo que entra en el gasto.

Durante todo el viaje, recordé otro viajecito que vivimos cinco años atrás, cuando empezó toda esta peripecia del atletismo de competición. María había saltado vallas por la mañana, y como es un patito, se cayó en la primera. Por la tarde tenía su primer campeonato oficial, así que por el camino, comimos juntos y me dediqué a animarla ¡Joder, para eso soy su padre! Pues ayer, más o menos igual. Pero más difícil.

Comimos en Santander, y luego dimos un paseo por la playa. Después, le enseñé un sitio, pegadito al mar y junto a una telaraña donde juegan los niños, en el que hace dieciséis años le hice una foto. Además de ella, salía su madre y la mía ¡Cuántas cosas han cambiado desde entonces! Lloré un momento para mis adentros, y seguimos el paseo. Y luego, a La Albericia. Nervios, retrasos, chirimiri, un poquito de viento. Y más nervios.

Y de repente, el pistoletazo de salida. Para ella se acaba la presión, pero a mí, me atenaza.
-Tranquila, María, que son cinco mil.
La primera vez en mi vida que le digo que afloje, pero tengo miedo de que se rompa. Corre junto a Diana del Ser, que es un pedazo de atleta como la copa de un pino, y a un ritmo que me da en la nariz que no es el suyo en su estado de forma de hoy. Así que me crujen las cuadernas.

Va perdiendo gas, se le pone la cara colorada... pero sigue como una campeona.
Sufre y disfruta. Sufre y disfruta. Es lo que le digo siempre antes de cada carrera. Es un mantra... y un deseo íntimo.

Caen las vueltas una a una e imagino su sufrimiento. Ya he perdido la cuenta, así que ni sé las que le quedan, ni el tiempo, ni nada de nada. Pero veo a Sandra -una atleta sorda que ha corrido varias junto a María- haciendo un carrerón. Y María está detrás de ella. Y no me gusta.



Solo queda una vuelta, cuatrocientos. Lo hecho, hecho está. María esprinta con fuerza, con poderío. Creo que está disfrutando, y estoy absolutamente seguro de que ha sufrido.

El viaje de regreso a casa es... sencillamente feliz. Mi hija ha alcanzado su objetivo, y ahora se pasa el rato con el movilaco contándoselo a sus amigos, y de vez en vez charlamos, e incluso reímos. Durante un instante pienso en llamar a mi madre para darle la noticia. Lamentablemente, es tarde, pero cuando veo la luz en los ojos de mi hija, no siento pena, sino felicidad.

1 comentario:

matrioska_verde dijo...

buf, has conseguido contagiarme esos nervios porque yo también los sufro, no de ese modo, pero en otros casos, por ejemplo, cuando sé que está haciendo un examen... en la distancia, estoy con ella, enviándole energía y diciéndole: no te preocupes pero lee bien las preguntas, no te pongas nerviosa.

¡ay, los hijos, cuanto se sufre por ellos!

biquiños,
y enhorabuena.