12 julio 2010

El Museo de la Evolución Humana, MEH

Mantengo la idea de que la civilización no se inicia en Roma, ni en la Grecia Clásica, ni siquiera en Mesopotamia. Nuestro concepto de civilización surge cuando un grupo de homínidos puede dormir sin temor, gracias a que algunos de sus congéneres velan su sueño. Y aquello, es muy posible que ocurriese por primera vez en África.

Más tarde se produjeron diferentes migraciones cuando aún no existían fronteras ni permisos de residencia. Y muy cerquita de mi casa, en la sierra de Atapuerca, se conservan los vestigios de esa historia fantástica desde hace millón y medio de años hasta hoy; la secuencia completa. Son unos yacimientos paleontológicos de una riqueza científica extraordinaria –sin parangón en todo el planeta- que van a alimentar el Museo de la Evolución Humana que mañana, día 13 de julio, se inaugurará en Burgos.

Para que puedas hacerte una idea de su importancia, te pondré un solo ejemplo. Los fósiles humanos más destacados, suelen ser bautizados: El “
cráneo de Miguelón”, o la “pelvis de Elvis”, por ejemplo. Ya ves que los científicos no tienen por que ser aburridos. Sin embargo, los restos de industria lítica –las piedras talladas, para que nos entendamos- no reciben ese honor. Excepto “Excalibur”, un bifaz de cuarcita roja que nuestros antepasados depositaron en las cuevas de Atapuerca, hace unos 400.000 años, porque eran conscientes del concepto de la muerte. Esa “piedra” es, muy posiblemente, la prueba más antigua de la religiosidad del ser humano. Y “Excalibur”, y centenares de restos más (fósiles oseos del Homo Antecessor; la especie descubierta en Atapuerca; esqueletos completos de Homo Heilderbergensis; recreaciones artísticas de nuestros antepasados; reproducciones de su entorno…) se podrán visitar en el Museo de la Evolución Humana de Burgos.

Para que se produjesen los descubrimientos científicos de Atapuerca fueron necesarias una serie de casualidades. Todo empieza con la construcción de un ferrocarril que cercena la sierra y descubre una serie de cavidades que habían permanecido ocultas. Yo mismo las exploré hace ahora unos treinta años, siendo un muchacho de catorce, con un buzo de obrero, unas botas de agua, el casco, el carburero… y algunos amigos.

Pero todo hubiese quedado en nada si otros –con un impresionante bagaje científico y humano- no hubiesen creído que podían, manteniendo su tesón en momentos que imagino descorazonadores. Ese equipo está liderado por tres hombres con los que los burgaleses mantenemos una inmensa deuda de gratitud: Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell.
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A ellos, y a todo su equipo que en estos mismos momentos están excavando bajo un sol de justicia; y que mañana y pasado y al otro contribuirán en el proceso de socialización del conocimiento , está dedicado este post.

2 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

Leo que sigues apasionado por Atapuerca y ¡ahora me entero! que fuiste uno de sus primeros descubridores... Qué calladito lo tenías, pillín. La idea de ese museo me parece estupenda, cuando vaya a Burgos lo visitaré, espero que contigo como cicerón... Besotes, M.

Francisco O. Campillo dijo...

¿Uno de sus descubridores? No quisiera dar esa imagen que no tiene nada que ver con la realidad.

En los setenta y ochenta, los jóvenes burgaleses que querían iniciarse en la espeleología, lo que teníamos más cercano eran las cuevas de Atapuerca. Por cierto, por aquel entonces las llamábamos las cuevas de Ibeas.

Las cuevas eran muy conocidas, pero ninguno de nosotros -que éramos unos chavales- podíamos imaginar los tesoros que albergaban. Aquello estaba reservado para quienes supieron desentrañarlos.

P.S. Te serviré encantado de cicerone cuando decidas visitar el MEH.