03 septiembre 2013

El Tren de la Bruja

Ayer recordé el Tren de la Bruja de mi infancia. Para los más jóvenes, contaré que era un trenecito que hacía un pequeño recorrido circular, la mitad, por una zona totalmente oscura, donde uno de los empleados - a veces eran dos- se escondía con una máscara y repartía escobazos con ganas al ritmo de la música. Como la vuelta era tan diminuita, la repetía un montón de veces que al final se te hacían pocas. Montaban gentes de todas las edades, muchos padres con sus hijos más pequeños. Pero lo divertido llegaba cuando ya eras un muchachote de diez años. Entonces, te sentabas en el último vagón y desafiabas al de la escoba. Algunas veces montaban militares sin graduación con unas chicas. A estás les daban las del pulpo y dos más, pero todos nos reíamos. Y si algún niño lloraba, al final, el maquinista le daba un globito y todos tan contentos.

Pues bien, el trenecito de ayer ha evolucionado, como todo. Supongo que lo primero debió ser el cambio de nombre, que aquel quedaba muy cutre. Ahora es el Tren de la Alegría, aunque hay también Trenecito Chu-Cu-Chu y otras variantes. Ya no es un círculo, sino un óvalo, supongo que para aprovechar mejor el lineal de la feria. Lo estaba viendo con mis propios ojos, y por eso recordé el de mi infancia. Ahora, en vez de estar decorado con brujas y monstruos, campean Bob Esponja y su panda. Entre los viajeros de a cinco minutos, han desaparecido los soldados y sus novias de fin de semana por razones obvias. Supongo que siguiendo los acertados consejos de algún psicólogo, ya no hay zona oscura, porque el túnel -que ya solo ocupa un tercio del recorrido- está perfectamente iluminado. Y, naturalmente, los escobazos han pasado a la historia, y lo que se reparten son globitos para todo el pasaje. Todo muy aséptico y muy superyupi. Viéndolo, no se puede reprimir una sonrisa que irradia felicidad... y alegría.

Lástima que esos querubines, cuando pasen algunos años, se empeñen en destrozar todos los elementos didácticos que han recibido, trenecito incluído, y muestren una apatía por su futuro que parece que les han cambiado la sangre por horchata. Y esos vaya, porque otros obligarán a sus padres a ir al juzgado de guardia para proteger su dignidad, ¡la de los padres, no la de los hijos!

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Les decoramos la infancia para que no sufran en virtud de lo políticamente correcto. Los escobazos vienen luego...

José Núñez de Cela dijo...

Toda una metáfora de nuestros tiempos. Todo asécticamente correcto de fachada. Es la mejor tapadera y todos "tan felices"

Saludos!