El 20 de septiembre, DIARIO DE BURGOS publicó mi opinión sobre un tema que me parece de extraordinaria importancia, y he decido traerlo hasta aquí, para compartir mi punto de vista con quienes visitáis este lugar.
La civilización no nace en Grecia, ni siquiera en Mesopotamia. Comenzó el día en que un grupo de homínidos pudieron dormir sin temor porque algunos de sus compañeros de clan velaban su sueño. Desde entonces hemos avanzado notablemente aunque todos somos conscientes de que hemos generado infinidad de situaciones injustas en este largo proceso. Sin embargo, no hemos cejado en el empeño de construir un mundo mejor para todos y hoy estamos viviendo uno de los fenómenos más extraordinarios de la Historia.
Millones de personas ofrecen cada día una parte de su tiempo y de sus capacidades de forma altruista para mejorar las condiciones de vida de los demás ¿Qué impulsa a estas personas a actuar de forma tan generosa? No importa. Cada cual tendrá sus propias motivaciones. Lo verdaderamente importante es que la suma de esas acciones individuales constituye un poderoso motor de progreso social que avanza por delante de los poderes públicos.
Para canalizar todos estos esfuerzos, han surgido centeneras de organizaciones. Son comúnmente conocidas como las ONGs y existen de todo tipo. Una gran parte de ellas se dedica a la ayuda al tercer mundo y otras, a ese otro tercer mundo que convive junto a nosotros y que no es menos dramático. En nuestra propia ciudad podemos acercarnos a la mayoría de estas asociaciones que nos permiten aportan nuestro granito de arena y sentirnos copartícipes de este círculo virtuoso. Quien no quiera ser un mero convidado de piedra tiene múltiples oportunidades para arrimar el hombro. Estoy seguro que dando ese paso encontrará una parte desconocida de su propio yo que le sorprenderá. Posiblemente descubrirá lo mejor de si mismo. En palabras de Eduardo Galeano, al fin y al cabo, somos lo que hacemos para mejorar lo que somos.
Y hay otro aspecto verdaderamente sorprendente. Ninguno de los componentes de este movimiento social se siente un héroe. Son personas normales y corrientes, con sus obligaciones, sus quebraderos de cabeza, sus momentos de mal humor, su hipoteca y sus exámenes. Pero tengo la íntima convicción de que en su entrega solidaria se deposita la más sólida esperanza del verdadero progreso.
La civilización no nace en Grecia, ni siquiera en Mesopotamia. Comenzó el día en que un grupo de homínidos pudieron dormir sin temor porque algunos de sus compañeros de clan velaban su sueño. Desde entonces hemos avanzado notablemente aunque todos somos conscientes de que hemos generado infinidad de situaciones injustas en este largo proceso. Sin embargo, no hemos cejado en el empeño de construir un mundo mejor para todos y hoy estamos viviendo uno de los fenómenos más extraordinarios de la Historia.
Millones de personas ofrecen cada día una parte de su tiempo y de sus capacidades de forma altruista para mejorar las condiciones de vida de los demás ¿Qué impulsa a estas personas a actuar de forma tan generosa? No importa. Cada cual tendrá sus propias motivaciones. Lo verdaderamente importante es que la suma de esas acciones individuales constituye un poderoso motor de progreso social que avanza por delante de los poderes públicos.
Para canalizar todos estos esfuerzos, han surgido centeneras de organizaciones. Son comúnmente conocidas como las ONGs y existen de todo tipo. Una gran parte de ellas se dedica a la ayuda al tercer mundo y otras, a ese otro tercer mundo que convive junto a nosotros y que no es menos dramático. En nuestra propia ciudad podemos acercarnos a la mayoría de estas asociaciones que nos permiten aportan nuestro granito de arena y sentirnos copartícipes de este círculo virtuoso. Quien no quiera ser un mero convidado de piedra tiene múltiples oportunidades para arrimar el hombro. Estoy seguro que dando ese paso encontrará una parte desconocida de su propio yo que le sorprenderá. Posiblemente descubrirá lo mejor de si mismo. En palabras de Eduardo Galeano, al fin y al cabo, somos lo que hacemos para mejorar lo que somos.
Y hay otro aspecto verdaderamente sorprendente. Ninguno de los componentes de este movimiento social se siente un héroe. Son personas normales y corrientes, con sus obligaciones, sus quebraderos de cabeza, sus momentos de mal humor, su hipoteca y sus exámenes. Pero tengo la íntima convicción de que en su entrega solidaria se deposita la más sólida esperanza del verdadero progreso.
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