07 marzo 2013

Soldados honrados

Hace frío, y el viento sacude como un látigo el patio de armas. Cuando estás quieto, ese frío se te cuela hasta el tuétano, pero hoy, el teniente coronel Millán se siente ausente. Recuerda aquel día de diciembre del 93 ¡casi veinte años ya! en el que se topó con la muerte por primera vez junto a la presa de Salakovac. Y la explosión seca de la mina. Había sido entrenado para ello, era su trabajo, pero no ha pasado ni un solo día en el que no vea la cara desencajada y el cuerpo destrozado de su amigo, el capitán Álvarez, y la sangre que sale a borbotones de la pierna del sargento Fernández.

También recuerda a otro capitán, Bermúdez, y aquella noche en la que mirándole cara a cara le confesó que su hija le había llamado facha. Que si la bandera era un trapo y que ellos eran los peones de los opresores del pueblo, le espetó justo recién llegado de Iraq ¿Por qué se hizo militar? No sabría decirlo a ciencia cierta, pero estaba seguro de que él podría mantener la mirada a la mayoría de los que siempre sacaban pecho.

Y otra vez el vientre reventado de su compañero de armas. Se dio cuenta de que nada se podía hacer por él, así que tuvo que concentrarse en el herido que se tragaba el dolor. Inmediatamente –no hay tiempo que perder cuando te están tiroteando- arrastró al sargento Fernández a cubierto y le taponó la hemorragia lo mejor que pudo. Meses más tarde de aquel fatídico 4 de diciembre, Fernández y él mismo se fundieron en un abrazo de esos en los que sobran las palabras. Ya no estaban en Mostar; el sargento había perdido una pierna, se acostumbraba a su silla de ruedas… y ambos se sentían extraños en sus propias casas ¡Es lo que toca! Parece que pintan bastos, sentenció lacónico Fernández.

Muchos afirmaron que había sido un héroe, que era una injusticia que no le condecorasen como merecía, pero en lo más íntimo de su ser, él sentía que no había hecho más que cumplir con su obligación, y que cualquier otro hubiese actuado de igual modo.

Hoy es 23 de febrero de 2013. Todos los medios de comunicación recuerdan otro 23 de febrero lejano y tenebroso. Y allí está Millán, igualmente lejano, y distante de aquel joven capitán que salvó la vida de un compañero en una misión de paz con fuego real, a punto de recibir la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo.

¡Desperta ferro! Grita la compañía de honores de la Brigada Paracaidista “Almogávares”. Y en ese momento, vienen a su memoria unos versos de Calderón, soldado también: La milicia no es más que una religión de hombres honrados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡eh! Me lo explique

Francisco O. Campillo dijo...

Es fácil de explicar. Este post está basado en hechos reales y pretende ser un homenaje a quienes ponen su vida en peligro para defender los valores que compartimos.

Soy consciente de que esa manera de decir las cosas no está muy de moda, lo siento, esto es CAMINANDO, un blog que no quiere seguir caminos trillados.