18 marzo 2007

A mi padre

Mi padre es un árbol. Las ramas de sus brazos recogen el rocío en la noche del desierto y alimentan la suave arena de mi historia. A mi padre le están contando los días como si alguna vez le hubiera importado el pasar del tiempo, segundos, horas que de pronto son días, y luego meses, años... el tiempo lo dejó en el Aaiún, y el reloj lo perdió en Smara, " la ciudad más bonita que he visto", claro, decía eso, como lo dijo de Tifariti, de Auserd, Bu Craa, Tiris... para entrar conmigo en una discusión de belleza, por mi insistencia en que la ciudad más bonita era el Aaiún. "Es que a ti te tira la tierra, hija, pero tu tierra son todas las ciudades que has recorrido conmigo y otras a las que aún no te he llevado, tu tierra es la de todos los saharauis y tienes derecho a vivir en ella como a morir por ella".

Ahora entiendo a mi padre cuando me acariciaba con palabras que yo creía ingenuas bromas para molestarme: "tienes los ojos de una Aghzaal (gacela), llevas en la piel el color de tu desierto, eres valiente como un Belbun (camello jóven) y rápida como una Lefa (serpiente pequeña)..."

A mi padre le han diagnosticado una insuficiencia renal producida por un cáncer en estado de metástasis, de pronto el tiempo es importante, el dolor no es igual que el que sufrió cuando tuvo que abandonar el Sáhara y los cuerpos de sus amigos muertos, enterrados en fosas comunes, dispersos, por un enemigo que entraba por el norte, un asesino que arrasó con cuanto era nuestro... ahora el asesino no tiene nombre, no se conocen, ha estallado en su cuerpo como una bomba de fragmentación que le retiene herido entre sábanas de un hospital sin música, entre personas que sufren y lloran por como están y por los que están, mientras él, callado y paciente espera que Al-ha le lleve a pescar a Dajla o a la playa, donde acaba la cinta. Hubiera querido hacerlo con sus viejos amigos, algunos ya le esperan, otros llegarán más tarde... echará de menos el té en casa de Buyema, y los viajes al interior con el padre de Hamdi, la sonrisa diaria de aquel joven sagaz y distinguido Mohamed de la gasolinera que, treinta años más tarde volvería a encontrar en otra parte del mundo y que le renovó la esperanza de una victoria cercana, su amigo Lamin, Mesaud, Abidin...

Hace unas horas le vi buscándome entre el tumulto de camillas de una sala de urgencias, le tapé los ojos como cuando era niña y le besé la frente. Temblaba y me dijo que no era miedo, sino que el asesino le había disparado el índice de potasio y estrangulaba sus riñones. Me quedé inmóvil a su lado hasta que me dijo: " tranquila hija, he llegado a un acuerdo con él, me va a permitir morir como un saharaui, con dignidad".

Por mi padre, que siempre ha luchado por un Sáhara libre.

Salka Embarek
La imagen corresponde al cuadro POLISARIO de Fadel Jalifa

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