Hace frío, y el viento sacude como
un látigo el patio de armas. Cuando estás quieto, ese frío se te cuela hasta el
tuétano, pero hoy, el teniente coronel Millán se siente ausente. Recuerda aquel
día de diciembre del 93 ¡casi veinte años ya! en el que se topó con la muerte
por primera vez junto a la presa de Salakovac. Y la explosión seca de la mina. Había sido entrenado para ello,
era su trabajo, pero no ha pasado ni un solo día en el que no vea la cara
desencajada y el cuerpo destrozado de su amigo, el capitán Álvarez, y la sangre
que sale a borbotones de la pierna del sargento Fernández.
También recuerda a otro capitán,
Bermúdez, y aquella noche en la que mirándole cara a cara le confesó que su
hija le había llamado facha. Que si la bandera era un trapo y que ellos eran
los peones de los opresores del pueblo, le espetó justo recién llegado de Iraq ¿Por
qué se hizo militar? No sabría decirlo a ciencia cierta, pero estaba seguro de
que él podría mantener la mirada a la mayoría de los que siempre sacaban pecho.
Y otra vez el vientre reventado de
su compañero de armas. Se dio cuenta de que nada se podía hacer por él, así que
tuvo que concentrarse en el herido que se tragaba el dolor. Inmediatamente –no hay tiempo que perder
cuando te están tiroteando- arrastró al sargento Fernández a cubierto y le
taponó la hemorragia lo mejor que pudo. Meses más tarde de aquel fatídico 4 de
diciembre, Fernández y él mismo se fundieron en un abrazo de esos en los que
sobran las palabras. Ya no estaban en Mostar; el sargento había perdido una
pierna, se acostumbraba a su silla de ruedas… y ambos se sentían extraños en
sus propias casas ¡Es lo que toca! Parece que pintan bastos, sentenció lacónico
Fernández.
Muchos afirmaron que había sido un
héroe, que era una injusticia que no le condecorasen como merecía, pero en lo
más íntimo de su ser, él sentía que no había hecho más que cumplir con su
obligación, y que cualquier otro hubiese actuado de igual modo.
Hoy es 23 de febrero de 2013. Todos
los medios de comunicación recuerdan otro 23 de febrero lejano y tenebroso. Y
allí está Millán, igualmente lejano, y distante de aquel joven capitán que salvó la
vida de un compañero en una misión de paz con fuego real, a punto de recibir la
Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo.
¡Desperta
ferro! Grita la compañía de honores de la Brigada Paracaidista “Almogávares”. Y
en ese momento, vienen a su memoria unos versos de Calderón, soldado también:
La milicia no es más que una religión de hombres honrados.
¡eh! Me lo explique
ResponderEliminarEs fácil de explicar. Este post está basado en hechos reales y pretende ser un homenaje a quienes ponen su vida en peligro para defender los valores que compartimos.
ResponderEliminarSoy consciente de que esa manera de decir las cosas no está muy de moda, lo siento, esto es CAMINANDO, un blog que no quiere seguir caminos trillados.